viernes, 15 de julio de 2011

Detiene el tiempo con su ausencia cautivando los objetos que, sabiéndose objetos, se retuercen de inquietud y la recuerdan mientras sienten desde lejos su desaparición, su anónima estela. No es la misma desde un tiempo la taza encadenada a la pared, o la silla del costado tan quieta. No se desvela la almohada hasta altas hora, ya cubierta y olvidada, bajo las empolvadas frazadas con la luz que de la calle, que sin pedir permiso tantas mañanas entraba a acariciar su pálida fragancia, ya un poco desteñida, sobre la tela. El cajón, las toallas, el billete retorcido que dejo sobre la mesa, todavía esperan. Ordenados en su desorden, desgarrados y anónimos, en su letargo de elementos, aguardando su presencia y aunque a veces no parezca, siempre la esperan.