Con humilde ferocidad se oculta bajo otras prendas,
sintiéndose
absurda y descolorida, olvidada u obsoleta,
rasguñando con timidez desde el
fondo con su pálido azul.
Esa que supo ser la predilecta,
pegada a mí como una
sombra acompañándome en las risas y las tragedias,
manchándose con mi sangre,
mi sudor y atormentándose de mis torpezas.
Ella que brillo conmigo, que fue
testigo de algunas proezas,
hoy duerme en un limbo con el peor de los olvidos,
aquel que no es perpetuo ni ligero, ni espeso o volátil,
aguardando su destino como
puede, aquella vieja remera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario