Al despertar, en apariencia, la manía se había disipado del
living. Ya paso lo peor, pensó Augusto, mientras quitaba la sabana de su cabeza
con la música a todo volumen, las pantallas de luz alineadas a la perfección y el aire acondicionado, elementos vitales que
seguramente habían servido para alejarla de su casa. Al abrir sus ojos lo más
lento posible, tembló un segundo al recordar el momento en que su obsesión lo estaba
esperando afuera, por eso todavía temía volver a encontrarla en la puerta de
calle como aquel día lluvioso de abril. Era necesario tomar todos los recaudos. Levantarse con el pie derecho y
con mucho cuidado colocarse las ojotas rojas a la perfección sin moverlas de su
sitio, agarrar el cuaderno de notas junto a la mesita de luz y dirigirse con
no menos de 16 pasos hacia la cocina, prender la hornalla 4 veces y sin
utilizar en ningún momento la mano izquierda, abrir la ventana para observar
afuera, sin poder moverse de ese sitio hasta que aparezca por lo menos un perro
que le permitiera hacer su café y
continuar con el resto de sus actividades. Todo eso ahora mucho más tranquilo,
con el consuelo de que aquella oscura manía llamada Catalina no había regresado
todavía de afuera, y seguro ya había comenzado a punzarle duro el alma a
ese otro tipo que nunca llego a conocer y vivía junto a ella el resto de su vida a la altura del 900 por la
calle Rivadavia.
jueves, 18 de abril de 2013
jueves, 11 de abril de 2013
Sublimancia
El traidor de Barreta tenía que morir, no podía ser que
dejara pasar aquella infamia delante de las narices de todos los del trabajo, después de todo lo que había hecho por él. Por eso era conveniente planearlo
con tiempo, dedicarle unas horas exhaustivamente en cada momento de
esparcimiento, mientras caminaba hacia el trabajo, en el colectivo, un rato en
el subte o cuando se relajaba en la cocina, para imaginarlo tendido en el suelo
lleno de sangre pidiendo perdón. Así fue que un domingo cualquiera y lleno de
ira, poco después de enterrar sin piedad el cuchillo de un estacazo, Gonzales quedo
paralizado frente a un cuerpo inerte sintiendo un alivio inconmensurable. Luego,
como si el tiempo dejara de transcurrir se perdió en las consecuencias, en los
ojos rojos y llenos de lagrimas de su Mariana, en los días eternos de juzgados
y comisarias que le haría pasar con los chicos, en las noches de silencio absoluto sobrevolando
la casa, a excepción del tanque del inodoro goteando obsesivamente a
contrapunto con el bip del teléfono y el reloj del living. Ese pesado síntoma se
esparcía por todo su torrente sanguíneo, la pesadez del tiempo, la delicada sensación
de perder toda la fuerza sin siquiera haberla perdido como liberándolo de todo y condenando su alma al mismo tiempo, casi llegando
al punto de desvanecerse, preguntándose las razones, analizando cada
instante compulsivamente hasta llegar de nuevo al mismo momento en que había decidido
enterrar de un estacazo aquel viejo y afilado cuchillo. Ese viaje no fue en vano
pues era necesario hacerlo de cierta manera, sin dejar librado ningún detalle para
que finalmente pudiera, ahora sí, disfrutar mejor el festín de cocinar punto medio en la parrilla del fondo ese lechón
a las brasas ensartado por el hierro de lado a lado, con tal de no privarse de seguir imaginando y sin consecuencia mucho más
grave que una leve indigestión.
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