Cuidadosamente coloco cucharas de metal sobre todos los picaportes de las puertas, campanitas secretas en las ventanas, alarmas y pequeños hilos invisibles atados a objetos que atravesaban toda la casa. Dos horas en total duraba el proceso completo, pero para Adriana ese tiempo ero lo de menos ya que la idea de tener visitantes extraños paseándose sigilosos en su hogar era inaceptable, ya sean ladrones o fantasmas, y por lo menos así se refugiaba en la creencia de poder controlar la situación. Cualquier sonido de madrugada por lejano que fuere, se lo adjudicaba entonces a ellos según la ocasión, fantasmas o ladrones, y luego los imaginaba ansiosos intentando ingresar por las puertas y ventanas, pero al final desistiendo al no atreverse a desafiar aquel novedoso y hasta ahora infalible sistema de seguridad que de alguna manera sospechaban del otro lado.