lunes, 7 de junio de 2010

Partidas

Despues de todo lo vivido era necesario hacerlo. Sentarse frente a ella para desplegar el intelecto como mejor se pueda, quitándole las migas de un plumazo al desconcierto, mojando las manos en el agua helada sin precauciones, camino hacia el fondo de la casa. No importa que ella mire de costado, que su pullover rojo tenga la manga derecha muy estirada o que aquel singular tono de voz ya casi se pueda oir, desde el prematuro aire entrando por su boca, en la última y pesada bocanada de cigarro. Sin concesiones se acerco con fuerza, le arrojo un insulto solapado bien despacio para que duela mas, con un tono olvidado con sabor a valentía, mientras se secaba las manos con una toalla vieja que colgaba de un clavo oxidado. Ya era hora de partir, indiferente ante cualquiera de sus reacciones. Ella permaneció en silencio, no supo que decir, petrificada como una estatua entre las penumbras lo miro alejarse, mientras en el pasillo los pasos aletargados de un hombre indiferente salpicaban con sonidos más pesados que de costumbre su andar, acompañados de la melodía extraña de un pájaro que aleteaba inquieto desde su jaula. La reja entreabierta meciéndose al viento, lloraba de pena. Los tardíos insultos llegaron tarde. Venían del fondo y se iban amontonando unos con otros, tan mal pulidos y ausentes de todas las rigurosidades necesarias para lograr lastimar a alguien, que para colmo ni siquiera estaba allí. Habría que acostumbrarse a los nuevos fantasmas pensó mirando a la calle la señora, mientras se quitaba el pullover rojo en medio de la impotencia y el calor que la habían invadido. Muy asustada y rodeada de todos esos nuevos espectros que venían acercándose sin permiso, que segundos antes parecían no existir en su compañía, y sin embargo ahora eran mucho mas reales que su propia vida.