jueves, 11 de noviembre de 2010

Terror


La sombra destartalada empujo las incertidumbres hacia adentro, algo extraño había en aquel andar invertebrado moviéndose sobre la pared grisácea, que obligaba al señor Carlington a detener su impulso, cerrar la puerta y recorrer otra vez la casa, una vez más antes de partir. La espera interminable angustiaba su mente repercutiendo en todo el organismo. Tomo de la mesa del comedor un pedazo de pan, algo de agua de una jarra sucia y permaneció atento a cualquier acontecimiento tendido cerca de la ventana del comedor. Afuera la sombra seguía inquieta, intermitente ante el paso de cualquier reflejo hostil que la alteraba o hacia desaparecer por unos instantes de su agobiante anatomía. Mil figuras fantasmales representadas en una, la posibilidad abstracta, maldita y desconocida de las múltiples figuras ejerciendo presión para llevarlo a cansarlo hasta el absurdo. Tenía que salir de alguna manera de allí, era lo poco que sabía, despues la gente, una vereda caliente y el pasto húmedo lo mantendrían a salvo de cualquier otra amenaza. El sol, seguro iría a cambiar de posición pronto, además ya era tarde para administrar su derrota en cuotas enmendando las razones con excusas. Afuera alguno de esos espectros lo esperaba o él quería que lo esperara para cambiarle el día, movilizarle los sentidos y arruinarle la partida. Carlington quería creerlo así sin dudas, revolcándose en el regocijo del miedo con su radiante imaginación, poco a poco, entretenido y vibrante, tallando espectros diferentes a mansalva sin perder jamás el ritmo, hasta llegar a la gloria absoluta de saberse feliz por no necesitar más que una simple sombra en la pared para lograr aterrorizarse a sí mismo.