jueves, 27 de mayo de 2010

Olvidos


Es curioso como olvidan los hombres. En el caso de Rodriguez comenzaron a borrarse primero las cosas que para ese entonces tenían poca o ninguna importancia, muy pronto los caminos alternativos para llegar a la iglesia, los horarios del tren, el color del sofá de su casa y otras tantas menudencias desaparecieron irreversiblemente sin que se diera cuenta del todo. Luego vinieron a difuminarse las caras, los gestos y principalmente las relaciones que lo unían a las personas más lejanas, sintiendo que las voces se cargaban de un nostálgico tono muy diferente, entre absurdo e inconcluso que no llegaba a reconocer. Al olvidar a los seres más cercanos la cosa comenzó a complicarse seriamente, algo había que hacer al respecto decían sus allegados. No puede ser que no sepa lo de Clarita, que no se dé cuenta la situación, pero Rodriguez nada. De alguna manera había bloqueado todo su pasado hasta olvidar quien era realmente y convertirse en un hombre diferente, con certezas diferentes y planes de recorrer el mundo. Pero sin Clarita por supuesto, a la que ya no conocía y le irritaba bastante que lo siguiera con esas pastillas verdes por toda la casa, opacando la invención de su nuevo mundo similar al anterior pero muy diferente, que brillaba resplandeciente cada mañana con unas inexplicables emociones, como de cosquillas, que envuelven de regalo todo lo novedoso.

martes, 11 de mayo de 2010

Soledad

Algo asomaba por el costado de Soledad, no llego a ver muy bien que era y apenas si creyó reconocer la forma de un hilo fino color gris, en un lugar incomodo donde picaba bastante. Con mucha precaución fue tanteando el sitio exacto donde se ubicaba, intento rasparlo, tirarlo y encontrar su origen, quizás sea parte del pullover que llevaba puesto pensó, que pese a ser rosa podría llegar a tener algún despistado hilo que se colara en la costura de imprevisto. Lentamente fue tironeando hasta sentir que su piel también lo hacía, se debe haber pegado con algo supuso, pero siguió en su tarea hasta ver que cada vez era más fácil despegarla de su cuerpo. Pronto el hilo fue creciendo en tamaño y Soledad se sintió floja, sus piernas empezaron a adormecerse y cuando la madeja había llegado a sobrepasar todo el hilo que podía mantener en una de sus manos, su piel entera cayó haciendo un ruido indescriptible en el suelo desplomándose a sus pies. Desesperada miro desde arriba la extensa superficie de piel que segundos antes la cubría, se acerco con cautela y temor, pero observo en lo que solía ser su rostro una tristeza profunda que antes nunca había notado. Con la mano libre tanteo la montaña de piel sin emitir un solo sonido, tal vez eso la habría matado o desatado algún acontecimiento peor al que ya estaba viviendo. No sentía dolor, ni el llanto lograba irrumpir de sus ojos. Absorta en la tarea de descubrir que había pasado, se dejo llevar agachándose para alzar aquel cuerpo triste una última vez, pero al acercarse algo llamo su atención. Dio vuelta con cuidado la fachada de su cuerpo y atrás había otra mujer, con sus mismos rasgos, sus mismos lunares y unas mejillas rojas inconfundibles, que sin embargo era muy diferente a la que conocía de todos los días, a pesar de poseer una figura tan familiar. Algo distinto brillaba en aquella mujer que vivía en su revés, una gracia que hasta ahora no había podido ver con tanta claridad, un brillo inconmensurable que irradiaba una virtud desconocida y particular que solo durante breves momentos hasta ahora había sido capaz de vislumbrar. Soledad era reversible y esa noche opto por dar vuelta su vida, su cuerpo y su alma para convertirse en alguien distinta. Esa misma noche con una aguja y una sonrisa fue cociendo cada parte de su anatomía, para volver a redescubrirse de a poco en aquella otra mujer que recién llegaba a conocer pero siempre estuvo ahí, tan cercana, mirándola desde adentro mientras esperaba ansiosa que algo o alguien encuentre el hilo de su verdadera costura que le permitiera dejarla, de una vez por todas, salir a jugar.

martes, 4 de mayo de 2010

Trauma

Nació soberano en el amanecer de un lunes, libre de prejuicios, fuerte e inmortal. Todavía no conocía las marcas que dejaría, ni se había percatado de las consecuencias, en el momento en que el soplido de una distracción se escurrió junto a aquella nota. La multitud algún día reclamara por esto, pensaba en sus horas de desvelo, atormentado al volver a escuchar su error. No fue suficiente reversionar el tema, modificar acordes y melodías, ensayando una y otra vez. Solo podía escuchar la misma parte, hasta que perdido en otro mundo se fue olvidando del resto de los acordes, para quedarse solo con un furioso e interminable LA menor repercutiendo en todo su organismo.