jueves, 18 de abril de 2013

Toc


Al despertar, en apariencia, la manía se había disipado del living. Ya paso lo peor, pensó Augusto, mientras quitaba la sabana de su cabeza con la música a todo volumen, las pantallas de luz alineadas a la perfección y el aire acondicionado, elementos vitales que seguramente habían servido para alejarla de su casa. Al abrir sus ojos lo más lento posible, tembló un segundo al recordar el momento en que su obsesión lo estaba esperando afuera, por eso todavía temía volver a encontrarla en la puerta de calle como aquel día lluvioso de abril. Era necesario tomar todos los recaudos. Levantarse con el pie derecho y con mucho cuidado colocarse las ojotas rojas a la perfección sin moverlas de su sitio, agarrar el cuaderno de notas junto a la mesita de luz y dirigirse con no menos de 16 pasos hacia la cocina, prender la hornalla 4 veces y sin utilizar en ningún momento la mano izquierda, abrir la ventana para observar afuera, sin poder moverse de ese sitio hasta que aparezca por lo menos un perro que le permitiera hacer su café y continuar con el resto de sus actividades. Todo eso ahora mucho más tranquilo, con el consuelo de que aquella oscura manía llamada Catalina no había regresado todavía de afuera, y seguro ya había comenzado a punzarle duro el alma a ese otro tipo que nunca llego a conocer y vivía junto a ella el resto de su vida a la altura del 900 por la calle Rivadavia. 

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