Al despertar, en apariencia, la manía se había disipado del
living. Ya paso lo peor, pensó Augusto, mientras quitaba la sabana de su cabeza
con la música a todo volumen, las pantallas de luz alineadas a la perfección y el aire acondicionado, elementos vitales que
seguramente habían servido para alejarla de su casa. Al abrir sus ojos lo más
lento posible, tembló un segundo al recordar el momento en que su obsesión lo estaba
esperando afuera, por eso todavía temía volver a encontrarla en la puerta de
calle como aquel día lluvioso de abril. Era necesario tomar todos los recaudos. Levantarse con el pie derecho y
con mucho cuidado colocarse las ojotas rojas a la perfección sin moverlas de su
sitio, agarrar el cuaderno de notas junto a la mesita de luz y dirigirse con
no menos de 16 pasos hacia la cocina, prender la hornalla 4 veces y sin
utilizar en ningún momento la mano izquierda, abrir la ventana para observar
afuera, sin poder moverse de ese sitio hasta que aparezca por lo menos un perro
que le permitiera hacer su café y
continuar con el resto de sus actividades. Todo eso ahora mucho más tranquilo,
con el consuelo de que aquella oscura manía llamada Catalina no había regresado
todavía de afuera, y seguro ya había comenzado a punzarle duro el alma a
ese otro tipo que nunca llego a conocer y vivía junto a ella el resto de su vida a la altura del 900 por la
calle Rivadavia.
jueves, 18 de abril de 2013
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