jueves, 23 de julio de 2009

True

Hernán aprendió a leer a las personas desde pequeño como algo natural. Sin percatarse de aquella diferencia con el resto de quienes lo rodeaban, vio nacer ante sus ojos universos paralelos de conexiones amorosas y otras veces las observo marchitarse palideciendo con total claridad ante sus ojos con el paso del tiempo. El mejor espectáculo siempre lo daban los recién enamorados, especialmente cuando podía percibir esa tensión llena de furores espontáneos e imprevisibles en todos sus movimientos, llevando a todos lados una particular estela consigo. Las multitudes lo solían dejar exhausto cuando salía a la calle después de leer con tanta precisión explosiones e implosiones internas y externas, simples o múltiples, enojos enmascarados y deseos escurridizos. Cada espectáculo era único en su género, a veces tranquilo, otras apasionado, otras inquieto o inestable, pero inimitable en esencia. Incluso al ver una obra de arte, Hernán comprendía cada singular intención en cada trazo, cada línea y curva, observando un espectáculo que los otros no podían ver y a su vez tampoco querían, a pesar de afirmar que sí, porque en el fondo él podía leerlos a ambos. Algunas veces se acercaba para conversar con otras personas ofreciéndole palabras que consideraba inocentes, pero siempre encontraba miedo y rechazo del otro lado, porque sabia con certeza que nadie buscaba la verdad, que era preferible y más confortable una interpretación que se acerque a ella pero mirada desde lejos, ocultando los poros de su rostro. Mejor la obra incompleta, profunda y lejana, la seguridad de un final con esperanza que adormece los sentidos sobre la cama caliente en invierno sin razón aparente, porque basta un solo chispazo, un simple vistazo indiscreto que la descubra desnudándose, para no regresar nunca más igual de allí.

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