viernes, 22 de enero de 2010

Grados

Un té sin azúcar, el ventilador encendido en invierno y la colcha marrón llena de pelos, comida y pasto comenzaron a desviarlos. No es que ella fuera mala, ni que las intenciones de él rozaran lo perverso, pero ambos sonreían muy poco en aquella época debido a los pronósticos del tiempo, las comidas frías y la sensación térmica de los periódicos. Todo comenzó una noche en la que el dentífrico descansaba destapado en la bañera sobre un jabón desecho, mientras ella llevaba de un lado a otro su cepillo de dientes gastado, con espuma en la boca y un enjuague de agua caliente, cantando quejido a quejido lo que Augusto debería hacer con su vida. Fue allí cuando se hizo perceptible el asunto, la realidad se torció de lado y un diminuto abismo nuevo se instalo en el centro de su pecho. Augusto finalmente había descubierto el momento de la variación, esa irreparable conmoción en la que solamente hacían falta unos pocos grados y algo de tiempo, para producir el desplazamiento final de las paralelas que conduce sin remedio a seguir cada uno por caminos separados.

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