miércoles, 30 de julio de 2008

Batallón

El desierto y la lejanía producían este tipo de paranoias, por eso al sentir el impacto del cuerpo contra el suelo nadie se atrevía a entrar a la habitación, presintiendo que lo más siniestro había ocurrido. Cuando el Dr. Ayala finalmente tomo coraje y abrió la puerta, el Sargento yacía desplomado cerca del escritorio, completamente borracho, empuñando como arma las ultimas botellas vacías de vino tinto que guardaban recelosas para compartir entre todos, todavía inmerso en el impulso destructivo de una mala noche. Las sospechas eran correctas: lo más siniestro había ocurrido para aquel pequeño batallón.

1 comentario:

Maria Coca dijo...

Está claro que acababan de perder la guerra.

Buen relato.

Besoss